Sesshin Invierno 2012 - Zazen es una ilusión

Zazen es una ilusión

 

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Sesshin de invierno 2012
Mar de las Pampas

 


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Teisho 1

La gente piensa que el Zen es algo esotérico y complicado. Pero la práctica no es ninguna otra cosa que vivir nuestra vida cotidiana con atención.

La verdadera práctica comienza en realidad cuando se sale del zendo. Cuando uno deja de complicarse y vive atentamente cada momento y cada acción. Entonces, bajar las escaleras con atención, subirlas, es práctica. 
Comer en silencio es práctica. 
Práctica es lavar los cuencos una vez que uno ha comido. 
Práctica es estar con los otros sin molestarlos con nuestras acciones u opiniones. 
Práctica es no ser avasallado por los otros ni depender de ellos.

Todos los cuentos, las historias del Zen y toda esa literatura no tienen nada que ver con la práctica. La verdadera práctica ha de manifestarse aquí ahora con este cuerpo humano. No hay otra cosa y no hay modo de expresarla.

Tus dolores, tu mal humor son también una manifestación de la práctica. ¿Por qué no habrían de dolerte las rodillas o la espalda? ¿Por qué tendrías que estar de buen humor todo el tiempo? Practicar el Zen es estar atento y darse cuenta cuando uno coloca valor agregado a eso que está ocurriendo. Alguno dice: “A causa de mi dolor de piernas, mi práctica no es buena”. Está colocando un valor agregado. Si quito todo lo que pienso a causa de “mi dolor”, si estoy con eso que está ocurriendo, si estoy con ese mal humor, entonces eso es verdadera práctica. Porque si estoy con eso, entonces, en algún momento el humor cambia, el dolor se disuelve.

Cada momento de nuestra vida -y puntualmente en la Sesshin- es una oportunidad para practicar. No existe buda fuera de este hombre común, de esta mujer común que tú y yo somos. No hay otra cosa más que esto. Pero si estamos atentos -y eso hay que hacerlo de instante en instante- el acto más simple es verdadera práctica. Si estoy tomando la ducha y estoy ahí, eso es práctica. Si estoy sentado en el inodoro, uno con la acción haciendo lo que estoy haciendo, soy “el buda del retrete”.

Todo el mundo sabe abrir una puerta pero, si estoy atento, también sabré cerrarla. Todo el mundo sabe encender el fuego de la cocina para hacerse un té o un mate. Si estoy atento también sabré apagarlo.

Al mismo tiempo es verdadera práctica darse cuenta que uno está distraído y entonces inmediatamente retorna aquí y ahora. Eso es práctica. ¿Por qué tendría uno que estar atento todo el tiempo? No somos robots. Darse cuenta que ha cometido un error y corregirlo, eso es verdadera práctica.

Afeitarse la cabeza, vestir el kolomo negro no tiene nada que ver con la práctica. La práctica no depende de un look especial, no es nada especial. Es acción cotidiana vivida con atención.

Cada momento requiere de una energía distinta. Cada momento trae sus cuestiones, sus formas. A veces hay que andar rápido, a veces hay que andar lento y a veces quedarse quieto. Si estamos atentos sabremos cómo funcionar, sabremos cómo armonizarnos con eso que está ocurriendo. Verdadera práctica es estar con los padres ancianos. Verdadera práctica es estar con los hijos pequeños que alborotan todo y rompen las cosas… y con los adolescentes, que ponen la música a todo volumen y están todo el día pegados a internet. Si estoy atento sabré cómo moverme en cada uno de los ambientes que las circunstancias me lleven.

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Practicar zazen no es nada especial, es simplemente estar atento. 

Y si estoy atento me daré cuenta cuándo aparecen mis personajes. El personaje rígido que dice que todo tiene que ser perfecto. El personaje perezoso que no quiere levantarse, que prefiere que las cosas las hagan los otros. Si estoy atento me transformo en un verdadero buda. Si estoy atento, mis formas, mis acciones cotidianas toman una dirección y una cualidad diferente.

No son pocas las personas que piensan que zazen es algo especial. No son pocos los que dicen: “Bueno, he empezado esta práctica de zazen, vengo aquí los martes y jueves, los lunes hago aikido, los miércoles caligrafía y ahora voy a ver si los viernes empiezo sumi-e”.

El maestro Sawaki dice: “No hagas zazen como una actividad más de persona corriente. Haz más bien que la persona corriente que hay en ti sea parte de zazen”. Cuando decimos zazen decimos vida cotidiana con atención.

Allí donde no hay buda no te detengas. Si pasas frente a él no te demores. No trates de imponer tus ideas. No trates de “cambiar a la gente”, de “ayudar a la gente”. Procura más bien que la gente no te cambie a ti. Que nada te corra de la verdadera práctica. Concéntrate en ella.

Tu vida, como todas, es efímera, cambiante y se va muy rápido. Maestro Dogen dijo: “No pierdas tu tiempo y abócate a la Vía”.

Cada instante de atención ilumina la totalidad de tu vida. 

Si puedes recordar, insistiendo una y otra vez, entonces eres un verdadero practicante. Y en cada instante de atención, de lucidez, esta persona común y corriente que eres deviene buda. Nada especial. Es un “click”.

No permitas que los fenómenos te arrastren. Y si en algún momento te dejas llevar por ellos, haz “click” y retornarás de inmediato a este verdadero presente.

 

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Teisho 2

Hoy en la tarde estuvimos hablando de despertar y de ilusión y de cómo el despertar puede ser una ilusión, y de cómo zazen también puede ser una ilusión.

La idea de: “Yo estoy practicando zazen”, es una ilusión. Porque si ahí hay alguien haciendo algo, entonces es una ilusión. El yo es una ilusión. En el instante de sentarte con la espalda derecha y concentrarte en la respiración y soltar todo lo demás, la ilusión desaparece. Y eso sólo puede hacerse de instante en instante. Porque la ilusión es como una flor que nace. Y nace todo el tiempo… todo el tiempo está naciendo esa flor.

La flor de la ilusión nace en la tierra del sufrimiento. Y hay ilusiones tan lindas, tan bellas. Formas, colores, texturas, perfumes… son realmente embriagadoras, fascinantes. Pero más tarde o más temprano esa flor se marchita y cae nuevamente en la tierra del sufrimiento.

Allí donde hay sufrimiento la ilusión aparece. Allí donde hay ilusión está el sufrimiento. No podemos escaparnos de eso. No hay modo.

Las enseñanzas de los maestros son en verdad grandes. Pero no tenemos otra vida más que ésta y no podemos hacer otra cosa más que vivir nuestra propia vida. Nuestro hermano, nuestro ser más querido no puede reemplazarnos. Tenemos que respirar con nuestra propia nariz y caminar con nuestros propios pies. No hay modo de escaparse de este cuerpo, de esta sangre, de estas venas, de estos pulmones, de estos ojos que miran, de estas manos que tocan. Y no podemos tampoco salirnos de este mundo. Aunque nos hagamos monjes, monjas de clausura, aunque nos vayamos a la montaña más lejana y solitaria siempre será este mundo y siempre habremos de estar con este cuerpo y este espíritu. No hay modo de salirnos de eso, no hay escapatoria. Ninguna escapatoria.

Es por eso que los maestros dijeron que hay que dar la media vuelta y dirigir la luz hacia el interior, mirar en la propia naturaleza.



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Todas las salidas, por más tentadoras y brillantes, luminosas y perfumadas que parezcan, son falsas. Sólo mirar en la propia naturaleza, observar serenamente  y comprender cómo nace la ilusión. Cuál es la fuente, la tierra en donde brotan los deseos y los miedos. 

Comprender que no hay modo de escapar y simplemente quedarse aquí, en el lugar en donde uno se encuentra, es despertar. Así, toda ilusión se disuelve.

La ilusión y el despertar son las dos caras de una misma moneda. Esa es la opción que tenemos en esta vida. Porque es con este cuerpo humano, con nuestras maravillosas imperfecciones que tenemos que realizar la Vía. No hay otra cosa.

Entonces, tenemos dos posibilidades: o vivirla como una marioneta o vivir una vida de buda. Por supuesto que todo el mundo dirá: “Yo quiero vivir una vida de buda, no quiero ser una marioneta”. Hay que mirar en la propia naturaleza una vez y otra vez y otra vez y otra vez y otra vez, de instante en instante. Vida de buda o vida de marioneta, ambas son de este mundo. Ilusión y despertar van juntos y ambos son este mundo.

Aunque lleves una vida de marioneta, cuando en algún momento se corten los hilos, caerás indefectiblemente en los brazos del Buda. No hay modo de escapar. Todos tenemos esa luz desde siempre. Siempre ha estado aquí. Simplemente tenemos que dejar de buscar, dejar de perseguir, dejar de crear ilusiones. Simplemente quedarnos quietos, muy quietos y silenciosos  por un instante.

Hemos tenido la suerte incomparable de nacer con la forma humana. La posibilidad de poder discernir. Pero de nosotros, de cada uno, depende el tomar la dirección correcta. En un instante tu vida puede cambiar y tomar la dirección correcta.

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Teisho 3

Se trata de ti. 
El maestro Kodo Sawaki fue célebre por su forma directa de hablar, por no tener pelos en la lengua y por utilizar un lenguaje que todo el mundo pudiese comprender. Él dijo:”Hasta una cosa tan insignificante como un pedo no se lo podemos prestar a nadie”.

Expresando de otro modo: “Se trata de ti”.

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Teisho 4

Un hombre se tomó unos días de vacaciones y se fue a pasear por los bosques y los lagos del sur. Y un día, caminando por un senderito en medio de los árboles, le pareció escuchar el sonido de una cascada. A medida que iba subiendo por el sendero ese sonido se hacía más evidente. Hasta que finalmente la vio. No era una gran cascada, apenas un salto de agua, pero el sonido era poderoso. La energía que emanaba de ese lugar era fuerte e intensa. La humedad del ambiente, el agua salpicando, saltando entre las rocas, formando remolinos; las pequeñas gotitas pulverizándose en el aire y formando con la luz pequeños arcoíris, el vapor trepando hacia la copa de los árboles.


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La intensidad y energía de ese lugar hicieron que el hombre se sentara en una roca. Y entonces fue absorbido por ese paisaje y ese momento. Los ojos miraban, los oídos escuchaban, pero no había allí nadie que mirase, nadie que escuchara ni nadie sentado sobre ninguna roca. Naturaleza humana, naturaleza vegetal y mineral se habían vuelto uno, completamente integradas.

Eso es lo que se llama entrar en samadhi y es algo que ocurre en zazen. No podemos buscar el samadhi, simplemente nos sentamos en la postura justa y nos concentramos en esta postura y en la respiración dejando pasar los pensamientos. Y en el instante en que soltamos, el samadhi aparece. El cuerpo está ahí, la respiración está ahí, los pensamientos fluyendo ahí, pero no hay nadie que lo esté haciendo. Hay una integridad completa. Eso es lo que se llama mirar en la propia naturaleza, devenir uno con ella y con el instante.

Los árboles. ¿Cuándo un árbol comienza a ser árbol? ¿Cuándo deja de serlo? Con hojas o sin ellas, con frío o con calor él siempre es el árbol. No conoce aumento ni disminución, progreso ni retroceso, no va ni viene y jamás llega. Siempre es el árbol. En rigor de verdad, ésa es nuestra verdadera naturaleza.

Pero nuestra inquieta mente piensa que vamos a alguna parte, que tenemos que alcanzar metas. Y cuando alcanzamos esa meta buscamos una nueva y creemos que estamos yendo en alguna dirección. Pero en realidad lo que estamos haciendo es girar en círculos alrededor de nuestro ego, como un caballo de calesita. Dar vueltas y vueltas y repetir siempre las mismas historias.

Por eso es necesaria la reflexión. Por eso es necesario detenerse. Por eso es esencial zazen, porque es lo que nos conecta con nuestro ser esencial.
Sentados en zazen aquí y ahora, cuerpo y mente se integran. El “yo” desaparece. Paisaje interior y paisaje exterior devienen uno. 

Al igual que el hombre sentado sobre la roca en la cascada, todo se vuelve uno. La roca no interfiere al hombre, el hombre no interfiere al bosque, el bosque no interfiere a la cascada, las rocas no interfieren al agua; todo se armoniza y se vuelve real y completa naturaleza.

Integrado. 
Íntegro. 
Uno. 
Uno con todos los seres. 

Mientras tanto el aire fluye, fluye la sangre, el pájaro sigue cantando y la mañana avanzando.

Íntegro, íntegro con todos los seres aquí y ahora.


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Teisho 5

El maestro Kodo Sawaki dijo: “El Zen es la estación adulta de nuestra vida, la última estación”. Cuando uno ha pasado por muchas, cuando el papito ya no nos mantiene, cuando la mamá ya no nos contiene, cuando nos cansamos de buscar falsas salidas y soluciones rápidas; cuando nos desengañamos de las medallitas milagrosas, de las instituciones… entonces estamos listos para entrar por la puerta de la última estación.

Sabemos intuitivamente que ya no podemos depender de los otros, que es inútil intentar apoyarse en los otros o en cosa alguna. Y así iniciamos el camino hacia esta última estación. 

Si podemos soportar los embates y sacudidas, los tropezones de este camino, si podemos mantener firme la dirección al menos por los primeros 10 años, entonces el hombre adulto comienza a aparecer. Un cierto grado de sabiduría comienza a aparecer en pequeños chispazos. La persona no necesariamente se da cuenta, pero se nota en sus obras y en el espejo de los otros. El hombre adulto ha nacido y comienza a hacer su camino con sus propios pies, iluminado por esta luz y guiado por esta sabiduría.

En la historia del Zen hay señales de la sabiduría de los maestros a cada paso. Uno de estos grandes hombres sabios fue el monje Ryokan. Y la verdad es que era un hombre extraordinario. Y era extraordinario porque él no se daba ninguna importancia a sí mismo. Ninguna. Vivía su día a día. Vivía generalmente en alguna pequeña choza  en el medio del bosque, apartado de las poblaciones. Vivía de lo que la gente le daba. No pretendía tener un templo. No pretendía cambiar nada. Le gustaba jugar con los niños, escuchar a las personas, hacer caligrafías y escribir poemas. A veces la gente le llevaba papel y tinta para que caligrafiara poemas. Y no sabemos nada de su vida salvo por las historias que la gente contaba acerca de él. Anécdotas, ocurrencias y, por supuesto, muchos de sus escritos, esos poemas que garabateaba acuclillado en el piso de su pequeña cabaña. Él escribió:
“Hoy ya terminé de mendigar en el cruce de caminos.
Deambulo ahora por el santuario de Hachiman.
El año pasado, un monje idiota.
Este año, ningún cambio”.

Alguien que puede aceptar y reírse de su ignorancia, de su condición humana, alcanza la más alta sabiduría. Se ríe de sí mismo porque ha perdido completamente la idea de ser importante o tan siquiera de ser alguien. 
El año pasado un monje idiota, este año ningún cambio. Como una flor, como un árbol, como una piedra, como el sol saliendo todos los días por el este. Ningún cambio, vida simple y natural. Ésa es la sabiduría que ilumina, que sostiene, que alienta los pasos de aquellos que entran en la última estación, la estación adulta de nuestras vidas.

Eihei Dogen fue otro gran maestro. Él dejó muchos escritos de corte bastante intelectual, porque era un gran letrado. Pero más allá de toda su filosofía y como síntesis él escribió:
“Aunque ames las bellas flores, 
igual se marchitan y mueren.
Aunque detestes la mala hierba, 
igual crece”.

La verdadera sabiduría es poder aceptar las cosas tal cual son.
Entonces, aquí y ahora, rápido, rápido, rápido… deshazte de tus defectos, abandona tus virtudes, no les des ninguna importancia. 

Finalmente, tus defectos y virtudes no son tuyas. Tus defectos son cosas que se te han ido pegando, adhiriendo a lo largo del camino de la vida. Arrójalos fuera, déjalos ir. Estás tan identificado y acostumbrado a ellos que parece que no pudieras vivir sin ellos. “Ah, yo soy así. Ah, a mí me gusta tal cosa. Ah, esto no me gusta”. Pero todo eso no es verdaderamente tuyo. Obsérvalo, obsérvalo atentamente y luego déjalo ir. Arrójalo. 

Lo que llamas “virtudes” no son otra cosa más que adornos, chafalonías, bijouterie que te has ido colgando del cuello, de las orejas, de los hombros y en la solapa de tus trajes. Una bijouterie esplendorosa y de gran brillo. Y ese brillo sirve para encandilar a los otros y no dejar ver a esa persona que está detrás, sufriendo. 
Tampoco son tuyas. Vivirías mejor sin ellas, pero tú crees que las necesitas y es por eso que sufres.

Quédate un instante aquí ahora. Abandona todo y sigue la Vía. Forma parte del mundo de zazen y permite que él te guíe. Todo lo que necesitas verdaderamente vendrá a ti.

Ésta es la enseñanza de los maestros. Cuanto más deseas, más temes. Cuanto más deseas, más te mueves: Vas para allá y para aquí, subes, bajas y no obtienes nada. Y lo que parece que consigues se te filtra como arena entre los dedos. Nada queda. 
Pero si estás aquí, quédate aquí, quieto… muy quieto. Porque todo lo que en verdad necesites vendrá a ti en su debido momento.

Ésa es la enseñanza de los grandes maestros. Ésa es el agua de la sabiduría que debe ser preservada por los seguidores del samadhi.


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Teisho 6

Hacer zazen es detenerse, detener toda actividad, todo movimiento personal y sentarse. Encontrar el equilibrio de la postura y quedarse quieto, completamente quieto, silencioso. Es lo que se llama practicar el “no hacer”.

Al practicar este “no hacer” me doy cuenta que no hay nada que esté quieto. Que todo se mueve y fluye. Que todo es impermanente. Que la mañana avanza, que los amigos llegan, pasan y se van. Que el aire que está entrando ahora en mi nariz se irá en un momento. Todo fluye constantemente. Todo es vacío e impermanente y de instante en instante la vida se renueva.

Tomo conciencia también, que al estar presente aquí ahora, soy parte esencial de ese movimiento cósmico, de ese eterno fluir. Entonces, cuando concluyo zazen y salgo del zendo, mis pasos son guiados por este movimiento universal.
Ésa es nuestra práctica.

Cuando volvemos a la actividad, después de un rato el “yo” aparece con sus múltiples personajes  y entonces creemos que somos nosotros -este “yo”- el que hace las cosas. Y que si yo no lo hago, no se hace.

Pero, rigor de verdad, no hay nadie que haga nada. Es el Movimiento Cósmico Universal que se manifiesta  a través de nuestro cuerpo y espíritu. Si podemos comprender íntimamente con nuestra médula, entonces nuestro movimiento personal y el Movimiento Cósmico Universal se vuelven uno. Los errores se minimizan. Nuestro espíritu se vuelve calmo y armonioso.


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Teisho 7

Allí donde te encuentras está todo. 
Allí donde está todo no hay nada. 
Pero si crees que lo comprendes se te escapa.


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Teisho 8

El rumor del mar. Cada ola en sí misma y todas juntas cantan su canción, la canción del mar. Y el viento canta su canción. Y los árboles hacen su música y los pájaros la suya. Y tú estás aquí para escuchar y cantar tu canción humana.

Pero el problema comienza cuando quieres ser el solista y destacarte sobre los otros. Y como los otros también quieren ser solistas comienzan los roces, las desavenencias, las disputas, los encuentros y los divorcios, las discusiones y los celos, los temores y los problemas que se multiplican en el sufrimiento.
Aquí ahora puedes comprender. Tornarte quieto y silencioso.

Ésta es nuestra última estación, la última oportunidad. Aquí ahora tenemos la posibilidad de hacer un cambio radical en nuestras vidas. Abandonar el egoísmo y ponernos en consonancia con la vida.

Si comprendes esto íntima y profundamente, ya no te preocupará tanto tener el papel principal o un rol secundario en esta película. Mira en tu propia naturaleza. Suéltalo, obsérvate serenamente y deja que la vida cante su canción a través de ti. Intenta de instante en instante no interferir con tus gustos y preferencias, porque es así como comienzas a desafinar y tiendes a creer que los que desafinan son los otros, que son los otros los que te impiden, los que te traban, los que no te dejan avanzar.

Suéltalo todo y entrégate a este único hacer: Ser uno con todos los seres, con todo el universo.

Así es mucho más fácil, te relajas y la vida te lleva. 
Silenciar el corazón y la mente, parar la oreja y escuchar. 
Sólo por un instante. 
Ahora. 
Aquí.


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Gasshò