Sesshin 2007

Viernes 9
Primer Teisho

Hay un poema del maestro Dogen que dice:

“Un cielo puro, una luna clara
no se los puede ni pintar
ni imitar”.

Todo lo que has leído acerca del zen, lo que te contaron de su práctica y de las Sesshines no puede equipararse a este momento. Este momento es único. No se lo puede imitar, no se lo puede pintar, no se lo puede explicar. Está aquí para ser vivido con nuestro cuerpo, huesos, médula y corazón.

Haber dejado nuestras cosas y nuestra casa y venir a reunirnos aquí para compartir juntos este silencio,  es lo más rico que hay. No puede ser explicado. 
En este instante estamos completamente vivos. En realidad, éste es el único momento en el que existimos verdaderamente. Nuestras ideas, los recuerdos pasados... sólo son imágenes en alguna parte de nuestro cerebro. Sólo este momento es real.

Entonces, si estamos aquí, quedémonos completamente aquí. Sin motivo ninguno. Quedémonos aquí y disfrutemos este instante... sea lo que sea lo que traiga.

Estamos rodeados por una naturaleza maravillosa. Esa naturaleza, allá afuera, no es diferente de nuestra íntima naturaleza. Lo que llamamos naturaleza y nuestra auto-naturaleza no están separadas y vibran en consonancia.

Para vivir completamente este instante, aquí-ahora, lo más efectivo es entrar en el silencio. Dejar todo concepto o idea, abandonarlo todo y entregarnos completamente, cuerpo y espíritu, a este único hacer. De ese modo, la naturaleza y nuestra auto-naturaleza devienen unidad.

Cuando entramos, íntima y profundamente en el silencio, surgen los sonidos de todo el universo. Sonidos cotidianos de la casa, el viento entre los árboles, los pájaros... Si estás aquí, quédate completamente aquí: quieto y silencioso. Permite que esta vida, que está fluyendo aquí-ahora, se haga completamente verdadera. Que esta energía de todo el universo se haga energía en ti.

Si alguien te preguntase ¿quién eres, qué estás haciendo aquí?, podrías intentar una explicación. Pero tal explicación jamás podría alcanzar el punto exacto de este momento.

Abandona toda complicación y simplemente siéntate en lo alto de este instante. Un instante, una sola respiración.

Sábado 10
Segundo Teisho

Anoche, en el final de nuestra jornada, nos sentamos junto al fuego. Los leños se consumían, las llamas se elevaban y ardían. Y en este arder y consumirse, daban luz y calor.

Así debería ser nuestra vida. 

En esta mañana, aquí y ahora, tenemos la oportunidad de consumirnos completamente. Entregarnos en cada exhalación hasta el final. Si se exhala poquito, se inspira poquito. Si uno es tímido o ambicioso, la vida se vuelve triste, complicada. Si podemos aprender de este fuego ardiendo, podremos encontrar una vida que tenga sentido. Entregarnos en cada momento a lo que está ocurriendo. Siendo nosotros mismos y yendo hasta el final en cada acto.

Esta es una Sesshin. Sesshin es alcanzar la dimensión más alta. En el acto de consumirnos completamente, podemos “tocar” el espíritu. Esto es lo que significa la palabra sesshin: tocar el espíritu o tocar el corazón.

Cuando alguna cosa nos toca íntimamente, cuando nos cala hondo, decimos: “Me tocó el corazón”. Así, ese momento deviene trascendental. Ese instante, ese acto común y corriente es completamente transformador, una pequeña revolución. Ese instante toca tu corazón, te conmueve, te transforma.

Consumirnos... transformarnos completamente. Aquí, en esta Sesshin, cada momento es una oportunidad para alcanzar nuestra dimensión más alta. Es importante, entonces, no interferir. Dejar de lado toda idea, categoría u opinión. Mantenernos silenciosos. Y entonces, en un instante, podemos ser conmovidos en nuestro corazón.

Cuando vamos al baño procurando ser breves para no demorar a los otros, comprendemos que no estamos solos. Cuando nos servimos los alimentos no tomamos de más ni de menos. Comemos todo lo que tenemos en nuestro cuenco. De ese modo, cada instante, cada acto deviene trascendental.

La vida es completamente generosa. El universo todo se mueve y posibilita que tú estés ahora aquí. Entonces, ¿a qué temer? ¿Por qué ambicionar más? Cada ser, en este mundo, tiene lo que necesita. La vida se lo da. Si su necesidad es grande, su espacio será grande. Si su necesidad es pequeña, su espacio será pequeño. Pero si tienes miedo, si eres ambicioso, surge el desequilibrio.

Este zazen es tu oportunidad de reencontrar el equilibrio. De comprender que eres único, que no estás solo ni separado de los otros y el universo. Al mismo tiempo, siendo único, eres responsable de tu respiración y de los actos que conforman tu vida.

Cada uno de nuestros actos influye en todo el universo.

El monje Tosui vivía en el templo, estudió y practicó zazen durante varios años. Con el correr del tiempo, algunos jóvenes discípulos seguían sus enseñanzas. Un día, Tosui decidió dejarlo todo, abandonar el templo e irse a vivir a una comunidad de leprosos. Tomó sus pocas cosas y emprendió la marcha.

Un joven monje corrió detrás de él diciendo: “Quiero ser tu discípulo, quiero seguirte”. 
Tosui respondió: “Es difícil seguirme”. 
El monje insistió: “Quiero intentarlo, déjame seguirte”. 
“Está bien – dijo Tosui – Trae tus cosas y ven conmigo”.

Y allí se fueron los dos a vivir entre los leprosos. Compartiendo el mismo espacio y la misma vida. Un día, uno de los leprosos murió. Estaba ahí, tirado, sin que nadie hiciera nada. Tosui y el monje cavaron una fosa. Y cuando levantaban el cadáver para ponerlo en ella, el cuerpo putrefacto se deshacía. El olor era fuerte... el calor, las moscas... el clima era agobiante. Comenzaron a tapar el cadáver con tierra. El joven se sintió descompuesto y empezó a vomitar.     
Luego comenzó a llorar, dijo: “No tengo fuerzas, no sirvo para esto”. 
Tosui lo calmó y le dijo: “Es difícil seguirme. Pero no te aflijas, es  mejor para ti que regreses al templo y hagas allí tu vida de monje. Algún día podrás enseñar a los otros.”

El joven partió y Tosui continuó su vida entre los leprosos. Cuando ya era bastante anciano, fue protegido por un comerciante que lo alojaba en su trastienda. Pero de vez en cuando se ausentaba y se iba a vivir a un establo. Durmiendo sobre la paja y entre los animales. Pinchó en la pared un papel con la imagen del Buda y bajo esa imagen escribió un poema que dice: 
“Se está incómodo aquí
y hay mal olor,
Pero os presto este establo.”

Cada uno ha de encontrar su propio camino. Si su necesidad es grande, su camino será grande. Si su necesidad es pequeña, su camino será pequeño.

Vivimos en una época en que el confort y las comunicaciones van en aumento, pero no han mejorado nuestro espíritu. No nos han hecho más felices. Una cierta incomodidad, para la práctica de zazen, es recomendable. Si estamos demasiado cómodos tenderemos a dormirnos, a engordar. Un poco de frío, está bien. Un poco de calor, está bien. La comida que llevamos a nuestra boca en la Sesshin es suficiente. Cada momento es una oportunidad para alcanzar esta dimensión más alta. Beber un vaso de agua, masticar un trozo de pan, sentarnos en el inodoro... son oportunidades para realizar la Vía. Si estamos atentos, cada momento de nuestro quehacer cotidiano deviene trascendental.

“Se está incómodo aquí, pero os presto este establo”. 
Este instante es único y no se repite. En este instante podemos llevar la exhalación y nuestra vida hasta el final. Consumirnos completamente en este acto. No vivir en tibiezas ni blanduras. Aunque se esté un poco incómodo, está bien. Nos mantenemos despiertos y nos ayudamos los unos a los otros al recordar que no estamos solos. Que todos nos sentamos sobre la misma tierra, respiramos el mismo aire y compartimos el mismo universo. Al mismo tiempo, nos hacemos responsables de nuestros actos para con los otros y para con nosotros mismos.

Entrando en el silencio, si miras en tu propia naturaleza, descubrirás cuál es tu espacio y cuál es tu verdadera necesidad. En el momento en que lo descubras te pondrás en movimiento en esa dirección. Así, entonces, la vida adquiere un sentido. De otro modo, viviremos año tras año pasando nuestra vida en vano. Buscando en los otros, en las cosas y en los bienes apoyos que no pueden sostenernos. En este exacto momento podemos consumirnos totalmente.

Una exhalación, ahora. 
Todo el universo, ahora, en esta respiración. 
Ni más ni menos.

Domingo 11
Tercer Teisho

En el mundo hay cientos y cientos de idiomas. Cientos y cientos de dialectos. Los hombres no se entienden. Aún cuando hablan el mismo idioma, muchísimas veces no se entienden. “Pero tú dijiste tal y cual cosa.”
“Si, esas fueron mis palabras pero lo que en realidad quise decir es: Bla, bla, bla, bla...”

Sin duda, la palabra es importante. Poder expresar lo que sentimos, nuestro acuerdo o desacuerdo, tiene su importancia. Pero la palabra siempre será una explicación de los hechos. Las palabras no son verdaderamente las cosas, los hechos. Aquí, ahora, quietamente sentado e instalado en el silencio, puedes comprender.

El silencio es el origen de todos los sonidos, de todas las palabras. En el silencio podemos entender todos los lenguajes y conectarnos verdaderamente con los demás. No sólo con las personas sino también con las plantas y los animales.

Del silencio nacen los sonidos y palabras. También hay silencio entre una palabra y otra. De otro modo no podrían ser escuchadas.

En el silencio podemos comprender. Es por eso que, una y otra vez, se insiste en hacer silencio, en aquietar la lengua. Aquietando la lengua, uno descubre que en lo íntimo todavía hay palabras. Perseverando en la práctica, dejando pasar los pensamientos, el silencio va haciéndose cada vez más hondo.

Así como el silencio es el origen de todos los sonidos y palabras, la quietud es el origen de toda acción.

Aquellos que no conocen el silencio y la quietud, sus actos y palabras tienen poca relevancia. Son víctimas de la ley de causa y efecto, de las circunstancias. Muchas veces, cuando el Buda era interrogado, se mantenía quieto y silencioso.

Desde la quietud y el silencio podemos establecer contacto con todos los seres. El Buda mismo, después de tener diversas experiencias, de moverse de aquí para allá realizando diferentes prácticas, comprendió que tenía que quedarse quieto y en silencio. Antes de devenir buda él era un hombre común y corriente como cualquiera de nosotros aquí. No era un santo ni un profeta, tampoco un enviado de Dios. Era una persona común y corriente. Y fue entonces a partir del silencio y la quietud que pudo comprender. Comprendiendo, él legó para nosotros esta práctica que llamamos zazen: Sentarse quietamente en el silencio.

Es importante comprender que no nos sentamos en zazen para ser mejores. Que no nos sentamos para devenir budas. Practicamos lo que el Buda practicó para ser nosotros mismos. Es por eso que se dice: Zazen nos hace verdaderos.

Al sentarnos en zazen somos nosotros mismos. Cuando no lo hacemos, estamos a merced del movimiento social, de las ondas de la moda. A merced de nuestro karma. Eso no es necesariamente bueno ni malo, pero no somos nosotros mismos. Alcanzamos esta mismidad en el momento en que nos detenemos por completo. Y siendo completamente nosotros mismos, devenimos unidad con todos los seres, con todo el universo.

No practicamos zazen para cambiar nada ni para obtener algo.

Algunos tienen la ilusión de ser monjes, de irse a meditar a los Himalayas. El punto importante es incluir zazen en nuestra vida de todos los días. Porque no te sientas para ser algo distinto de lo que ya eres, te sientas en medio de tus circunstancias. Y es allí, en medio de tus circunstancias, que devienes inmediatamente tú mismo. Uno con todos los seres.

El maestro Sawaki decía: Gyo Ji, el anillo de la Vía. Zazen, zazen, zazen... Día tras día, semana tras semana... Hacer de zazen el centro de nuestra vida.

Aunque nuestra vida esté complicada y tengamos problemas, al sentarnos en zazen devenimos nosotros mismos.

Abandona ahora todo quehacer, quédate aquí. Desconecta todos tus “enchufes”. Deja pasar tus pensamientos. Conecta con “Radio Universo”, con “Cosmos Chanel”.

Deja que el universo te llene. Tú ya eres uno con todos los seres, sólo tienes que dejar de interferir. Quédate aquí sin motivo. A esto el maestro Dogen le llama Shikantaza, sólo sentarse. Sólo zazen por zazen.

Quédate aquí sólo por un instante, por una sola respiración.